Hay un refrán popular que dice “Más sabe el diablo por viejo que por diablo” (Ramón Perez Ayala, El curandero de su honra, 1926). Refriéndose a que el paso de los años nos permite tener un conocimiento de las circunstancias a través de nuestras propias experiencias, vivencias, éxitos y fracasos en la vida. Lo mismo nos sucede en las organizaciones en el ambiente laboral, en nuestras familias y en toda la vida.

En el ambiente laboral tenemos grandes personalidades, los denominaré “los sabios” que poseen una experiencia sin igual en la tarea laboral que desempeñan. En mucho casos no tienen una preparación académica que vaya a la par con sus conocimientos y destrezas que exhiben en su desempeño.

Es un tema de debate en las áreas de gestión del capital humano con respecto a los planes de desarrollo, compensación y rotación de colaboradores. Tenemos aquel empleado que conoce cómo funciona la máquina vieja, cómo tratar a ciertos clientes, qué le gusta a un cliente en particular, cómo finalizar su tarea en el tiempo esperado, cómo y cuándo tomar las decisiones que llevan un menor riesgo y beneficio más alto para la organización. No importa el nivel en la pirámide organizacional siempre los encontraremos.

Pero cuál es el asunto a debatir o reflexionar?

La tendencia en la administración moderna es exigir tener en nuestras filas profesionales (sin importar que sean rookie freshman) adémacicamente superior al profesional que se solicitaba hace 20 años. En aquella época tener un grado de maestría y hablar un segundo idioma era toda una diferenciación de competencias entre los profesionales y regularmente la alcanzaban aquellos con años de experiencias en liderazgo y supervisión. Hoy en día jóvenes profesionales con escaso nivel de experiencia laboral ya poseen una o dos maestrías y post grados y pueden entender tres, cuatro idiomas y manejan la tecnología de forma impecable. No quiero decir que esto sea visto de forma negativa sino que presento el nivel de competitividad académica actual.

Teniendo a estos profesionales muy bien preparados académicamente en conjunto con los “sabios” traen situaciones que a veces desprenden desprecio e incomprensión. Es un dilema de ambas vías: el sabio con toda su experiencia cree que sabe todo lo que va a suceder o que no hay otra forma de hacer las cosas, en cambio el joven profesional cree que por poseer toda su preparación académica ya sabe todo sobre la materia y que la solución es cambiandrlo todo. Hemos visto que si logramos que ambos se complementen sería la combinación perfecta entre la sabiduría y el avance.

Se debe dar el respeto que merece el sabio que ha dado toda una vida a una organización y sobre todo escuchar sus remembranzas. Como también se debe dar cabida a las nuevas ideas, empuje y pasion que muestran los profesionales en su crecimiento.

Estoy convencido de que la sabiduría que nos da a todos el pasar de los años es valiosísima. Tenemos procesos en las empresas, costumbres en nuestras familias y hechos de nuestra sociedad, positivos y de gran valor, que no están debidamente escritos o documentados para poderlos replicar igual todo el tiempo y tomar ventajas de sus beneficios, sin embargo tenemos personas que debido a su experiencia conocen cómo hacer las cosas o cómo funcionan los procesos y por ellas logramos tener aquellos pasos, valores y costumbres que nos conducen de una forma más segura al éxito.

Debemos darle el valor que ameritan esas personas que tenemos a nuestros lados en cualquier ámbito a las cuales les reconocemos la experiencia y por ende la sabiduría de las cosas.

El ejemplo que siempre llevo es el de mi madre. Cuando tengo dudas sobre una situación se la planteo y con mucha atención escucho su punto de vista y sobre todo como maneja su visión del futuro para el desenlace del asunto. De igual forma les digo a mis hijos: “pregúntenle a la abuela que ella es la que más sabe”.

“El mejor maestro es el tiempo y la mejor maestra la experiencia”.

Definitivamente la sabiduría de la abuela no la cambio por nada!

Hasta la próxima…

OJK